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NOVIEMBRE
AUTOR: David Mamet
VERSIÓN y DIRECCIÓN: José Pascual
DISEÑO DE ESCENOGRAFÍA Y VESTUARIO: Rafael Garrigós
DISEÑO DE ILUMINACIÓN: Felipe Ramos
DISTRIBUCIÓN: Pentación Espectáculos
INTÉRPRETES: Santiago Ramos, Ana Labordeta, Cipriano Lodosa, Jesús Alaide, Rodrigo Poisón
AFORO: Completo.
DURACIÓN: 1 h 40 min.
LUGAR: Teatro Liceo, Salamanca. 18 de diciembre de 2009, 21:00
Es curioso cómo en menos de un mes ves dos espectáculos de cuyas partes técnicas se ocupan las mismas personas: Felipe Ramos y Rafael Garrigós firmaron iluminación y escenografía en Días de vino y rosas y repiten en esta. Como en aquella, la parte técnica se adecuaba correctamente a la puesta en escena propuesta por el director. Ambos montajes coinciden, también, en la nacionalidad estadounidense de los textos y que ambos se podrían encuadrar dentro de una puesta en escena realista, típica del teatro burgués. Ahora bien, mientras uno se ocupa de una relación de pareja que comenzaba y se deterioraba a base de alcohol, el otro se centra en hacer sátira política en torno al habitante de la Casa Blanca, su mediocridad y sus ruines quiebros para aferrarse, cual lapa, al poder.
El punto de partida es reconocible para todo aquel que esté familiarizado con el imaginario estadounidense: el protagonista es el presidente de USA, el espacio es el despacho oval, el tiempo son los días previos a Acción de Gracias y a unas elecciones presidenciales, el sueño americano de que se puede llegar a lo más alto con trabajo, las líneas telefónicas del presidente…. solo faltó el Air Force One. La comparación con el anterior inquilino y su nivel de inteligencia, el de las armas de destrucción masiva, es inevitable y eso es uno de los elementos que tiene este espectáculo para congraciar con el espectador: a la gran mayoría nos gusta y nos hace gracia que se metan y ridiculicen a un presidente –y más si es de EEUU porque es el que nos manda; y más si nos cae mal, como es el caso–, que se exhiba abiertamente su obsesión por el poder, la falta de respeto por el pueblo, su ligereza para robar, engañar, manipular, sobornar y mentir; y que se acepte que es un tipo mediocre también.
Ahora bien, la resolución tanto textual como escénica tiene sus grandes luces y sus sombras. Ilumina hasta bien lejos la introducción y el uso inteligentísimo del teléfono – textualmente hablando, claro– que se convierte en un personaje más, es el pilar textual del ritmo – haya sido bien ejecutado o no, como es el caso– , el que envuelve al espectador en la obra, aunque en algún momento de la segunda parte agote una pizca tanta llamada. No es, seguro, el mejor texto de Mamet pero en él sí se vislumbra, y a veces se aprecia, su ingenio, su inteligencia, su carácter y se puede alabar su manejo de la carpintería teatral. Me hace quedarme con ganas de ver más del autor.
Del reparto destaca, cómo no, la interpretación de Santiago Ramos, foco de atención de la obra, origen del conflicto, protagonista absoluto. Él dice – repito: dice– la mayor parte del texto y ocupa casi literalmente la mayor parte del escenario. No lo digo por espacio sino por movimiento: derrochaba tal cantidad de energía como para que Unión Penosa estuviera tranquila durante una temporada; pero una vez transcurridos los veinte primeros minutos pensé que no podría llegar más alto ni al final de la función sin bajarla. Al final llegó –hay un pico hacia abajo con el resto del montaje entre el segundo y tercer acto– pero tanta exhibición de gestos, de movimientos, de gritos puede agotar al espectador. Contrasta por contención el personaje de Archer Brown, interpretado por Cipriano Lodosa, actor que me sigue llamando la atención desde que lo descubrí como genial chicoMihura en el último Tres sombreros de copa: mide, controla escenario, tiempos, trabaja a favor de obra… como con Mamet, también tengo ganas de verlo en más registros de los dos que lo he visto, por comprobar si mantiene el nivel.
Ana Labordeta y Jesús Alcaide me parecieron correctos y bajaba Rodrigo Poisón, quien apareció en un nivel diferente al del resto del reparto en sus apenas cinco minutos y tanto su interpretación como su introducción como personaje desentonaban bastante.
Con todo, me parece hay que medir también los excesos, revisar algunos aspectos del texto al que se podía haber sacado más partido y no aturullar tanto para lucir más la pieza.