ESPECIAL ALCALÁ DE HENARES. El comienzo.
AUTOR: José Zorrilla
DIRECCIÓN: Jorge Muñoz
VERSIÓN: Emilio del Valle y Jorge Muñoz
DIRECCIÓN DE VERSO: Karmele Aranburu
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Emilio del Valle
COREOGRAFÍA: Teresa Nieto
ILUMINACIÓN: David Linde
VESTUARIO: Mª José Barta
MAESTRO DE ARMAS: Ángel Mauri
REPARTO: Cristóbal Suárez, Sara Rivero, Raúl Prieto, Chema de Miguel, Carolina Solas, Jorge Basanta, Antonio Ponce, Juan Orellana, Martín Puñal, Carlos Gomariz, María Mesas, María Ortega, Jacinto Motes de Oca, Estíbaliz Barroso, Laura Barta, Gabriel García, Álvaro Carvajal, Antonio Martín-Peñasco, Juan Pedro Verdejo
DATOS DE LA FUNCIÓN: Huerta del Palacio Arzobispal (Alcalá de Henares), 2 de noviembre de 2012.
Don Juan Tenorio nos dice que el amor es fruto de un flechazo, intenso, breve en el tiempo y doloroso. Ella, Doña Inés, cae en amor por una carta y ellos, Don Juan y Doña Inés, apenas pasan tiempo juntos. Pero se enamoran. O al menos andaban en ello cuando el asunto se complica y Don Juan desaparece del mapa y nos imaginamos que ella queda desolada, descompuesta y huérfana, sin comprender qué ha pasado, cómo puede ser tan canalla cuando a ella le pareció tan gallardo, tan enamorado y tan buen chico. Y la moza muere de tristeza. Pero Don Juan –como la mayoría– vuelve y se encuentra de narices con su conciencia en forma de estatua que habla. Y también muere. Pero, claro, estamos en el Romanticismo, no en el Barroco –lástima de infierno…–, así que del más allá regresa la tonta de Inés –que sigue colada hasta las trancas de semejante canalla – y se lo lleva al cielo entre angelitos. Menudo dramoncio. Dramoncio que ustedes ya conocían, pero es que a mí me apetecía re-contarlo porque esto es un “especial” y en los especiales nos gusta salirnos del guion.
La subida de nivel de azúcar que me produce leer el texto de Zorrilla solo es comparable a la magia que me envuelve cuando se pone en escena: esa gozada de escena de la taberna, los envites que se traen Don Juan y Don Luis, el encanto ñoño del “Doña Inés del alma mía”, la respiración contenida del público justo antes de la escena del “¿no es verdad, ángel de amor?”, la estatua poniendo a Don Juan en su sitio…
Don Juan Tenorio es, por lo tanto, una fiesta teatral. Y además es una fiesta que deberíamos celebrar –como el sexo– más y, sobre todo, mejor. En Alcalá de Henares parece que así lo han entendido y cada año se monta un Don Juan en Alcalá, con director y elenco diferente, en un descampado en el que caben miles de personas, y ya van por la vigésimo octava edición. Con la mala suerte de que no pillamos la edición buena porque el encanto de ver Don Juan Tenorio con miles de personas a la fresca de noviembre fue más una tortura que una fiesta o un placer. Comenzando por la disposición escénica que no ayudaba para nada la acción y no facilitaba a los miles de espectadores que por allí andábamos; continuando por un texto capado en alguno de sus mejores parlamentos para estirar riñas de espadas y dar coba a las coreografías; y finalizando por la peregrina idea del flamenquismo en el Don Juan Tenorio –por mucho que la acción transcurra en Sevilla sigo sin ver nada de flamenquismo en esa obra– y que se personificó en una bailarina de flamenco a la cual habían ataviado con un vestido rojo de danza contemporánea entre actores de siglo XVII y a la que, pobre de ella, le habían encomendado la misión de tapar con su baile literalmente los momentos más representativos: taberna, carta, ángel de amor y muerte de don Luis.
Menudo despropósito. Don Luis parecía Don Juan y Don Juan parecía el Christián de Edmond Rostand y Doña Inés no estaba nada segura con el texto. Nada de matices, todo prisas y ausencia total de poesía escénica: ¡con lo mucho que se puede hacer con poco y más en esta obra! Y como no podíamos más y como con la muerte de Don Luis desaparecía una de las motivaciones para ver el montaje, nos fuimos a tomar un caldito y unos pinchos. Y a seguir reviviendo el espíritu de Don Juan por nuestra cuenta (y riesgo).
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