Ya habían pasado de largo las 21:30 y yo todavía correteaba taconeando por la Plaza de Anaya. No es que me pudiera el ansia por ver la obra de desvirgamiento: es que llegaba tarde a la hora que yo misma, la que llevaba las invitaciones, había impuesto a mis vecinos de butaca. Allí estaba solo uno. El de siempre, cual gentleman. Por su parte, mis compañeras de fatigas teatrales y plataformiles habían decidido hacer uso del fashionably late.
Uno de nuestros padres fundadores dio la última consigna: como no estaba programada ninguna presentación ni tampoco ningún acto protocolario antes de la actuación, estaría bonito que rompiéramos a aplaudir en cuanto se hiciera el oscuro, como acto de alegría. No hubo posibilidad. El rector salió para decir unas cuantas palabras de agradecimiento. En la mano derecha, un micrófono; bajo el brazo izquierdo, la revista Llanto por la muerte del teatro Juan del Enzina. Me cogió tan desprevenida que apenas soy capaz de recordar sus palabras. Quizá habló de las ganas que había de que llegara el día 28 y del esfuerzo que había supuesto. Sé que escuché el nombre del profesor Emilio de Miguel y algo de que tenía -o eso creo- una nota suya que iba a leer. Tengo la imagen, eso sí, de que demostró cierta torpeza al leerla y al pasar las hojas. Estoy segura de que señaló la lucha de algunos estudiantes porque me entraron ganas de corregir: siempre fueron algunAs estudiantes. Y me parece que dijo algo de que esas personas, que no permitieron que el teatro cayera en el olvido y que se movieron para crear la revista que llevaba bajo el brazo, que leyeron la letanía paródica que se encontraba dentro y no me acuerdo de qué más. Para el aplauso del público, ya estaba agarrada a mi compañera de fatigas e intentaba manejar -también con cierta torpeza- la emoción y la sorpresa del momento.
Se agradece el agradecimiento. Al rector Daniel Hernández Ruipérez y al profesor Emilio de Miguel.
En cuanto al teatro he de decir que han conseguido mantener dos de las características que recordaba de él: es acogedor y tiene las butacas azules. Estas no son ni excesivamente cómodas como para quedarte dormido, ni excesivamente incómodas como para que cada vez que te muevas se oiga en las aulas del piso superior, sino todo lo contrario. Los asiduos al teatro en Salamanca agradecemos el graderío, pues asegura visibilidad desde cualquier punto. Parece tener buena acústica. Digo parece porque desde mi segunda fila no estaba para evaluar ese aspecto, aunque desde esa misma posición sí puedo avanzar que quizá en alguna obra algunos disfruten de la ropa interior de las actrices o de los brazos fornidos de algún actor. Llegado el caso, estoy segura de que no habrá problema para localizar las salidas de emergencia pues sus luces se distinguen SIN PROBLEMA. Dicen los que saben de esto que la inversión en equipación técnica es justa y necesaria. Todo nuevecito, aunque mejorable. Vamos, que en un futuro se puede complementar la equipación con una nueva inversión y poner Dolby, más focos...
Hay una sala de ensayos bastante cuca, dos camerinos que se comunican entre sí por el baño (wtf!!!!), almacenes de sobra para que los grupos universitarios puedan dejar sus trastos -digo yo-, despacho de los técnicos, despacho de producción (no comments).
El hall es estupendo para que se organicen los típicos corrillos o, incluso, para realizar actividades allí como exposiciones, algunas lecturas literarias de pequeño formato, alguna representación breve...
Y aunque despotriqué en su momento de la cristalera que hay en la entrada (pues era muy costosa y yo era más de aquellas butacas que se metían por debajo del graderío para que el escenario no fuera solo a la italiana), ahora reconozco que tiene sentido y le da luz a la entrada al teatro.
(Entre nosotros: siempre preferiré invertir en el interior del teatro antes que en el exterior del teatro).
Conclusión: muy buena obra.
Nota final: como no hubo vino de honor, ni siquiera un mísero calimocho de honor -mierda de crisis- algunas nos tuvimos que consolar con la celebración en un bar, con los actores y el director de La colmena científica (El café de Negrín) como vecinos de barra. Y brindamos, tras nueve años de cierre, por la reapertura de nuestro Juandel.