14/12/10

TODOS ERAN MIS HIJOS



REDONDO.





TODOS ERAN MIS HIJOSAUTOR: Arthur Miller
VERSIÓN Y DIRECCIÓN: Claudio Tolcachir
ESCENOGRAFÍA Y VESTUARIO: Elisa Sanz
ILUMINACIÓN: Juan Gómez Cornejo
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Mónica Zavala
PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN: Producciones Teatrales Contemporáneas
REPARTO: Carlos Hipólito, Gloria Muñoz, Fran Perea, Manuela Velasco, Jorge Bosch, Alberto Castrillo-Ferrer, María Isasi, Nicolás Vega, Ainhoa Santamaría.
AFORO: Lleno
DURACIÓN: 1h 40 min, sin descanso
LUGAR: Teatro Zorrilla, Valladolid, 10 de diciembre de 20010, 20:30.
El martes de esa semana, por casualidad, decidí releer El tragaluz de Antonio Buero Vallejo. A este se le había acusado de “plagio” a Arthur Miller. El viernes fui al Zorrilla de Valladolid (qué cuco, oye) para ver Todos eran mis hijos. Las similitudes entre los momentos históricos que ambos vivieron en sus países, así como sus respuestas comprometidas y humanas son innegables, al igual que entre las dos obras. También en lo que se refiere a la “carpintería dramática”. Y es que ambos, en su estilo realista, son unos fantásticos carpinteros.
Lo mejor de montar una obra magníficamente escrita es que el director sepa leerla y la descodifique en el escenario de manera no solo efectiva, sino brillante. Claudio Tolcachir lo hizo. Aprovechó sus posibilidades al máximo y, lo que es más admirable, advirtió sus posibles trampas y esquivó la facilidad del melodramatismo hilando fino con toques de humor, además. Supo esconder lo que podía haber sido evidente en la historia y dejó que el espectador desconfiara aunque no estuviera seguro, por lo que lo enganchó. Sin embargo, sus virtudes no se quedan ahí. La dirección de actores es impecable: los pasos dificilísimos de un estado a otro rápidamente se producen con toda la naturalidad del mundo, sin quedar forzados.
La exquisita cadencia de ritmo de escena se produce armónicamente, orquestada desde dentro por Carlos Hipólito, secundado por Gloria Muñoz, dos grandes actores que sintonizan perfectamente, trabajan en conjunto siempre a favor de obra y logran excepcionalmente ser normales en escena. Él, además de ser terriblemente inteligente en escena y talentoso, le da intensidad y verdad a todo lo que toca por lo que es lógico que siempre en sus espectáculos se le coloque el cartel de “No hay entradas”. Escucha, recibe, hace que la obra brille, que sus compañeros brillen y todo esto sin que se note demasiado lo bueno que es. Debe ser un compañero de escena generoso, de esos de los que puedes aprender. Ella, con esa voz que me gusta tanto, le da un toque de delicadeza y sensibilidad perfectamente adecuada y medida al personaje, sin caer en la ñoñería, que maneja realmente los hilos de la obra, también sin que se note demasiado. Parece que sus pies se enraizan en el escenario como si este fuera la madre tierra y ella una ramificación humana de ella. Es maternal, transmite, inflexiona: una señora.
El resto del elenco dio respuesta mucho más que dignamente. Fran Perea, aunque al principio parecía que no estaba entonado, dio el do de pecho al final de la obra, cuando esta exigía dramatismo. Manuela Velasco estuvo en su punto en todo momento: encantadora, dulce, dio frescura a la obra y supo pasar a un lugar secundario para escuchar y apoyar. Jorge Bosch fue el contrapunto rítmico necesario, el detonante que se necesitaba para el drama.
Y la obra terminó. Bravo. La escena final estaba tan bien montada e interpretada que cuando salió una de las actrices a saludar el público no había reaccionado todavía y hasta que no se inclinó, este no comenzó a aplaudir (estos pucelanos son más secos aplaudiendo que los charros, que ya es decir). Nosotras, entusiasmadas, dimos un respingo para aplaudir a rabiales, conteniendo las lágrimas, temblando. ¡Bravo! Ella tiró un beso hacia donde estábamos. Seguimos pensando que era para nosotras. Más bravo.
Qué laureles. Y con razón.

EL ALCALDE DE ZALAMEA


PORQUE AMORES QUE MATAN...




EL ALCALDE DE ZALAMEA
AUTOR: Pedro Calderón de la Barca
VERSIÓN, DIRECCIÓN Y ESPACIO SONORO: Eduardo Vasco
ASESOR DE VERSO: Vicente Fuentes
ILUMINACIÓN: Miguel Ángel Camacho
SELECCIÓN DE VESTUARIO: Lorenzo Caprile
ESCENOGRAFÍA: Carolina González
REPARTO: David Lorente, Diego Toucedo, David Lázaro, Pepa Pedroche, Ernesto Arias, Pedro Almagro, Miguel Cubero, Alejandro Saa, Joaquín Notario, David Boceta, EvaRufo, Isabel Rodes, José Luis Santos, Alberto Gómez, José Juan Rodríguez, Eduardo Aguirre de Cárcer, Alba Fresno
PRODUCCIÓN: CNTC
AFORO: Completo
DURACIÓN: 1h 55 min, sin descanso
LUGAR: Teatro Pavón. Madrid, 20 de octubre de 2010.


En menos de un mes me enamoré teatralmente tres veces. Era el año 2000 y por ser una fecha tan redonda siempre he creído que no me volverá a pasar, al menos tres veces en un mismo mes. En mi sobredosis de Cupido de entonces mediaron tres actores de los que todavía sigo enamorada y tres obras: una representación de El fin de los sueños de Animalario y una lectura dramatizada de El alcalde de Zalamea en el aula-teatro Juan del Enzina más el estreno de Don Juan Tenorio en el Calderón de Valladolid, dirigido, curiosamente, por Eduardo Vasco.
Desde entonces no me ha vuelto a dar tan fuerte, aunque, esporádicamente, vuelvo a tener reflejos de amor verdadero. Parece ser que con la oportunidad de volver a disfrutar de un texto tan, tan bien escrito como El alcalde de Zalamea he vuelto a caer en amor, que dirían los ingleses. Más puro y menos físico que el de aquel noviembre, desde luego. Al parecer, Calderón y Vasco son capaces de producir y removerme sentimientos. Y supongo que algo habrá tenido que ver que el verso dejaba de ser un posible obstáculo para volverse diáfano en su dicción e intención. La palabra era recibida por el espectador con toda su fuerza poética y dramática porque se había entendido e interpretado desde ella misma y por ella misma. El público así respondía con tensión, respiración contenida, expectación y ¡risas! (quién lo iba a decir en una obra como esta…) gracias, entre otras lindezas, a las escenas de Don Lope y Pedro Crespo que adquirían tal nivel de delicia teatral que obnubilaban la dudosa puesta en escena e interpretación del soliloquio de Isabel: el amor tiene sus imperfecciones. La mesura y contención en su interpretación, la potentísima presencia escénica de Joaquín Notario y su extraordinaria comunicación con José Luis Santos, quien le daba la réplica como nadie lo hubiera podido hacer, nos llevaron a un estado de emoción embargada, pocas veces conseguida.
Claro, yo me lo planteo de la siguiente manera: si eres director de una compañía de teatro clásico y tienes a un actor preparado por edad, por bagaje escénico, por solidez, por calidad interpretativa, por voz, por ¡físico! para un Pedro Crespo (o Segismundo, Celestina, Burlador…) lo lógico es que, tarde o temprano, montes esa obra. Si a eso le añades que tienes un elenco de calidad que te va a responder con solvencia y entrega, la posibilidad de contar con un diseñador de moda que sabe diseñar para teatro, un diseñador de luces con el que crear estupendas atmósferas, una escenógrafa que propone magníficas soluciones espaciales acordes a tu estilo y tú eres un director inteligente, con gusto exquisito para la música, entiendes a la perfección los textos clásicos… si a eso le añades el necesario dinero para montar a tu gusto, yo me pregunto: ¿cómo no montar esta obra?
Y el resultado de todo esto es que disfrutamos y nos dio felicidad. Como a aquel señor que, después de la representación, se fundía en un emocionado abrazo con Joaquín Notario en el bar, maravilloso cuadro que nos hizo mantener la mirada, embobadas. Tardará tiempo en pasar hasta que aparezca un Pedro Crespo tan excelente como Joaquín Notario.

13/12/10

EL MAL DE LA JUVENTUD


PUF




EL MAL DE LA JUVENTUD

AUTOR: Ferdinand Bruckner
DIRECCIÓN: Andrés Lima.
TRADUCCIÓN: Miguel Sáenz
ESCENOGRAFÍA Y VESTUARIO: Beatriz San Juan
ILUMINACIÓN: Valentín Álvarez y Pedro Yagüe
MÚSICA: Miguel Malla
PROFESOR DE BAILE: Tony Escartín
MAQUILLAJE Y PELUQUERÍA: Marta Luján
PRODUCCIÓN: Teatro de la Abadía.
REPARTO: Marta Aledo, Jesús Barranco, Irene Escolar, Sandra Ferrús, Iván Hermes, Aitor Merino, Amanda Recacha.
AFORO: Casi completo.
LUGAR: Teatro de la Abadía, Madrid, 11 de noviembre de 2010, 20:30

Increíble. No me lo puedo creer.
Que no me creo que esta obra fuera dirigida por el mismo director de El fin de los sueños, de La boda de Alejandro y Ana, de Hamelin, como Marat-Sade, de Urtain… ¡¡¡DE URTAIN!!!!
Vale. Yo ya tenía clarito que Andrés Lima funciona mejor con textos hechos para la ocasión y que Tito Andrónico, Argelino y alguna más que se me escapa –Marat-Sade me encantó aunque reconozco algunos ajustes innecesarios en su adaptación- no estaban mal pero podían haber estado mejor. Pero ¿qué ha pasado? ¿Ya está todo amigos? No. Y me niego a creer que uno de los mejores directores de España -talentoso, efectivo, imaginativo, gran gestor de recursos humanos, valiente…- haya parido semejante hijo.
Cuando dos de los actores se pusieron a ladrar y hacer el perrito por el escenario, empecé a sufrir por la futura espectadora non nata que tenía a mi lado. Y me niego a pensar que esto vuelva a pasar. Prefiero engañarme y asegurar tres veces en alto que ha sido un despiste y que volverá a montar obras geniales, que conectarán con el espectador y le/me marcarán como hasta ahora. Y me agarro al hecho de que durante el exceso de manos que sobraban por todas partes, el abuso de tetas por el escenario, los gritos de los actores y el relleno de los bailes había fugaces instantes de lucidez y belleza escénica, que los actores eran jóvenes y estaban verdes y no eran sus habituales.
Y tuve suerte. Al menos estaba a la izquierda y eso me daba el privilegio de ver la obra sin que ningún actor me diera la espalda, como les pasó a los compañeros del lado derecho por la forma de la escenografía de Beatriz San Juan, ingeniosa en su planteamiento.
Oh, y por cierto, bonitos vestidos y bonitas luces. Fríos y breves aplausos. No se cumplió el lema de la Abadía.