Hay veces que los números cantan y esta es una de ellas: diecisiete. Sí, 17. Y en ese cómputo he incluido finalmente dos obras que ya había visto anteriormente (Al carajo la poesía y Todos eran mis hijos), así como un breve ejercicio de calle firmado por el grupo universitario Teatro Lunático sobre Muerte de un viajante.
Desconozco si la cifra de diecisiete obras vista en un año es alta para el posible lector. Desde luego que para mí, acostumbrada a no bajar de los treinta espectáculos por año desde 2007, me da tanta sensación de pobreza como la que tiene alguna política a final de mes. Y la comparación entre las 17 de 2011 con las 42 de 2008 me da para preguntarme a lo Mou ¿por qué?, ¿POR QUÉ?
Como ya estamos hartos de escucharlo diariamente, no pronunciaré la palabra tabú, pero seguro que es de imaginar. Lo que es seguro es que el haber rebajado a una semana un festival quincenal como había sido hasta 2011 el FÁCYL; o la reducción hasta el mínimo obligatorio en la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura, unido a una preferencia ligeramente preocupante por programar teatro comercial algo, digo yo, tendrán que ver. Y eso a pesar de haber emigrado a Valladolid y a Madrid en alguna ocasión para no perderme espectáculos que sabía que no iban a recalar por estos lares charros.
Como en la vida real, mi 2011 teatral fue también convulso, irregular e inestable en cuanto a la calidad de los montajes. Al menos Un tranvía llamado deseo y El perro del hortelano ayudaron a comenzar y terminar con buen pie. El primero me dio la oportunidad de gozar con la inteligente dirección de Mario Gas, del estupendo Mitch de Alex Casanovas y, sobre todo, del talento y la sutilidad interpretativa de Vicky Peña. Del segundo con la deliciosa, humana y expresiva Diana de Eva Rufo, así como con David Boceta y Joaquín Notario, el gusto exquisito de la puesta en escena (trajes, iluminación, algunos decorados…) y el trabajo de dirección de Eduardo Vasco, que monta como nadie las escenas de amantes.
Nunca llegué a ver Una noche con los clásicos de mi admirado Adolfo Marsillach, pero me parece que algo le debe Paseo romántico. La pasión española en el siglo XIX, con la desgracia de que en Salamanca las fans de Ginés García Millán salimos decepcionadas al no encontrarlo en escena (no así las de José Coronado). Tengo buenos recuerdos de unas cuantas escenas de ese espectáculo, puede que los textos de Larra y Don Juan Tenorio (reconocidos vicios personales míos).
Así como la propuesta de montaje de La venganza de don Mendo por Tricicle me hizo descojonarme bien, bien alto en el teatro de las columnas; Los negros todavía me tiene debatiendo internamente si aquello tenía algún sentido y de qué leñes iba eso. Para lo segundo puedo ofrecer la explicación –sin ningún pudor– que para algunas propuestas chachis o montajes rarus rarus rarus soy todavía muy torpe. Y esa misma explicación me puede servir para la primera, de lo más anti-in que te puedas encontrar. Por cierto, me gustaron –y mucho– los gags que se añadían a un texto que ya exhala parodia por todos los ripios, principalmente porque el tipo de humor de La venganza de don Mendo está ya alejado del actual, por lo que el clown establece un puente entre el espectador (no acostumbrado a ver teatro clásico) y el texto de Muñoz Seca (que se burla de los dramas de honor). Con todo, reconozco que tanto gag puede llegar a saturar.
Repetir como espectadora es algo solo para montajes inolvidables. Además, las segundas veces ofrecen más luz sobre la primera vez de lo que parece. Cuando vi Al carajo la poesía me fascinó; sin embargo, en esta segunda me pareció que aunque es un trabajo serio y bien realizado, quizá me dejé llevar por el entusiasmo de los estrenos. Por su parte, la segunda vez de Todos eran mis hijos no solo confirmó mi primera impresión sino que, además, pude disfrutar muchísimo más de la fina mano en la interpretación del texto y la dirección de actores de Tolcachir –un tipo que sabe montar teatro– así como de las brillantes interpretaciones de Carlos Hipólito y Gloria Muñoz, y de lo bien que “se hablan” en escena.
Ignoro si Calixto Bieito se decidió por el lema “Te lo pongo FÁCYL” por las facylidades de la Junta de Castilla y León con el presupuesto (ojo: a fecha de hoy no tengo conocimiento de que haya un FÁCYL2012 ni, si lo hubiera, quién lo fuera a dirigir…). Como ya anuncié al comienzo de este post, la programación se redujo de dos a una semana (mejor reducir cantidad y no calidad, pensaría Bieito). Quien no arriesga no gana y de la selección que hice en la compra de entradas parece que perdí: Geespräche mit Astronauten fue el primer espectáculo alemán que he visto que no me ha gustado, creo que es buena señal que no guarde ningún recuerdo de The Thrill of it All y directamente me salí de la sala –debe de ser de las pocas veces…– con Lilja 4-ever, poco antes de que el espectáculo comenzara a levantarse, según mis informaciones. De la quema se salvan tanto las chicas hiphoperas francesas de Black Blanc Beur como el enésimo montaje que programa el FÁCYL, para mi regocijo, de El sueño de una noche de verano, ahora en versión portuguesa como Sonho de Uma Noite de Verao, que era una gansada muy larga pero muy bien hecha.
Había oído tanto sobre María Sarmiento de Ernesto Caballero que las expectativas se frustraron cuando vi la puesta en escena… no sé, si quieres parodiar, parodia de verdad ¿no?. Sin embargo, la gran decepción de este año para mí fue el Macbeth de UR, por todo lo que me han entusiasmado desde que de adolescente vi Romeo y Julieta. Reconozco que las condiciones no eran muy adecuadas: que si un frío helador en el patio de Fonseca, que si las sillas son incómodas, que si en mitad del pasillo tienes un pozo que te dificulta algo la visión… Lo cierto es que aunque en otros montajes no me han molestado, en este sí. La estética no me desagradó en absoluto, el riesgo de los audiovisuales fue más que bien salvado… pero llego a la parte interpretativa y lo que más valoro de ella fue lo rápido que podían soltar el texto Macbeth y Lady Macbeth y cómo consiguieron mantener un tono tan tan tan alto desde casi el comienzo.
Pero acabemos bien, mi gran alegría personal de 2011 fue la re-apertura del aula de teatro universitario Juan del Enzina de la USAL. D esde luego, no por las maneras sino por el hecho. En la inauguración, para congratular al profesorado y autoridades se programó un espectáculo creado para conmemorar el centenario de la Residencia de Estudiantes que estuvo más que bien: La colmena científica (o El café de Negrín), de José Ramón Fernández. También producción del CDN, pero más en la estela de lo que tendría que ser la programación del Juandel fue Días estupendos, de Alfredo Sanzol que deslumbró y emocionó con su visión del mundo, su humor, sus textos y su ritmo. Fantástica.
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