HUMANA Y TEATRALMENTE INTENSA (Crónica de un foco que arde).
DIRECTOR: Miguel del Arco
VERSIÓN: Miguel del Arco y Aitor Tejada
DISEÑO DE ILUMINACIÓN: Juanjo Llorens
DISEÑO DE SONIDO: Sandra Vicente
PRODUCCIÓN: Kamikaze Producciones: http://www.kamikaze-producciones.es/
REPARTO: Israel Elejalde, Bárbara Lennie, Miriam Montilla, Manuela Paso, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez.
AFORO: completo
DURACIÓN: 1 h 30 minutos
LUGAR: Teatro Liceo, Salamanca, 21 de enero de 2012, 21:00 h.
Ya era hora de poder hincarles el diente a los kamikazes. He oído hablar tanto de La función por hacer como de la siguiente, Veraneantes, o de los monólogos La violación de Lucrecia y Juicio a una zorra, con La Espert y La Machi dándolo todo sobre el escenario. Y hasta ahora todo han sido elogios. Así que se podrán imaginar ustedes que mis expectativas estaban tan altas como el Mariquelo charro en la víspera de Todos los Santos.
Pongo al respetable en antecedentes: La función por hacer comenzó a representarse en el vestíbulo del Teatro Lara los fines de semana en horario golfo y terminó siendo el grit hit de los últimos premios Max. Es una versión libre de Seis personajes en busca de un autor de Luigi Pirandello y, aunque no es necesaria su lectura previa para comprenderla, si vas con los deberes hechos a la representación, la brillante versión firmada por Miguel del Arco y Aitor Tejada se paladea mucho mejor.
Ahora los visitantes no son seis, sino cuatro. Y no interrumpen un ensayo, sino una representación. Condensación, reinvención y actualización son las acciones que se ejecutan sobre diálogos, reflexiones metateatrales y relaciones entre los personajes visitantes: dos parejas, dos hermanos, un engaño y un bebé. Como en la obra de Pirandello, los visitantes vienen a contar su terrible historia, cada uno de ellos, con su drama personal.
Tanto los cuatro personajes visitantes como los dos personajes actores están francamente bien: intachablemente construidos y con los niveles de energía perfectamente diferenciados. Son personajes con carácter. Todos, los seis, sin excepción, trabajan con los conceptos de naturalidad y verdad. Y, lo que es más importante, logran transmitir todas esas sensaciones y sentimientos al espectador. El hermano mayor y la novia son verbalmente más expresivos. Quieren representar su historia. Ella, Bárbara Lennie, nos deleita con un parlamento palpitante, lleno de pasión y poesía. Él, Israel Elejalde, más comedido y reflexivo, es la voz de la conciencia metateatral. Cristóbal Suárez y Miriam Montilla, los actores, toman fantásticamente la medida a unos personajes más complicados de lo que parece. Él asume positivamente la interrupción, se entusiasma y se lanza a coordinar la acción del drama que se le propone. Ella no lo encaja tan bien y, por ello, se convierte en un fantástico contrapunto irónico.
Sin duda, los personajes más fascinantes para mí son los de Raúl Prieto y Manuela Paso, el hermano menor y la madre. Por lo que callan. Por la violencia y el dolor que, respectivamente, pasean y mascullan entre el público, ellos, los agraviados del ilícito amor de sus parejas. Ambos estallan en un llanto o en una violencia desgarradores, que me ataron al asiento. Quienes los tuvimos a dos pasos en alguna ocasión, los gozamos y nos compadecimos de ellos. Qué manera de rumiar la ira, qué manera de llorar. Soberbios.
Aunque asistí emocionada a la historia, en ningún momento perdí la conciencia de ser una espectadora que contempla un drama. Lo mejor. Es una perfecta mezcla entre distanciamiento y empatía. Sin escenografía, sin apenas atrezzo, valientemente rodeados de espectadores, a base de una sabia dosificación del humor y de una fresquísima réplica que se alternan con una historia magníficamente interpretada que se cuenta pero que al mismo tiempo sucede, junto a un admirable manejo del tempo escénico: el del drama y el de la comedia… todo ello convierte a La función por hacer en un espectáculo electrizante, turbador. Humana y teatralmente intenso.
(Y en plena catarsis: que si te amo, que si lloro, que si te doy, que si soy un personaje y tengo entidad propia, que si los actores estamos para daros vida y tal, en uno de esos momentos álgidos y, por ello, escénicamente más delicados, la función que se hacía tuvo que interrumpirse ante los avisos de varios espectadores de que había fuego: ¡una llama salía de un foco del segundo anfiteatro! (lo sé: ¿un foco?). Claro, en un espectáculo que juega constantemente con estirar las convenciones teatrales hasta el límite, cuando sucede algo así y uno de los actores reacciona con una coña de la obra, te da por pensar que es una ruptura más de ficción. Pero no. Fue real. Y diría que hasta genial: Cristóbal Suárez, por personaje, era el más capacitado para hilar el acto interruptus con la escena pero Israel Elejalde estaba trabado y hubo que aplaudirle. Se concentró y retomó la escena de carrerilla. Quizá se perdió la oportunidad de exhibir sus dotes de improvisación pero nos regalaron una maravillosa y real ruptura teatral. Algunos dudamos, otros sabían con certeza que aquel foco ardía y unos pocos salieron creyendo que todo había sido un efecto de la obra).