SEDA
UN TRANVÍA LLAMADO DESEOAUTOR: Tennessee Williams
DIRECCIÓN: Mario Gas
VERSIÓN: José Luis Miranda
ESCENOGRAFÍA: Juan Sanz y Miguel Ángel Coso
ILUMINACIÓN: Juan Gómez Cornejo (AAI)
SONIDO Y MÚSICA ORIGINAL: Alex Polls
DISEÑO DE VIDEOESCENA: Álvaro Luna
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Montse Tixé
PRODUCCIÓN: Juanjo Seoane.
REPARTO: Vicky Peña, Roberto Álamo, Ariadna Gil, Alex Casanovas, Anabel Moreno, Alberto Iglesias, Pietro Olivera, Ignacio Jiménez, Jaro Onsurbe, Mariana Cordero.
AFORO: completo
DURACIÓN: 2:45 aproximadamente. Descanso de quince minutos.
LUGAR: Teatro Calderón, Valladolid, 16 de enero de 2011, 19:30
DIRECCIÓN: Mario Gas
VERSIÓN: José Luis Miranda
ESCENOGRAFÍA: Juan Sanz y Miguel Ángel Coso
ILUMINACIÓN: Juan Gómez Cornejo (AAI)
SONIDO Y MÚSICA ORIGINAL: Alex Polls
DISEÑO DE VIDEOESCENA: Álvaro Luna
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Montse Tixé
PRODUCCIÓN: Juanjo Seoane.
REPARTO: Vicky Peña, Roberto Álamo, Ariadna Gil, Alex Casanovas, Anabel Moreno, Alberto Iglesias, Pietro Olivera, Ignacio Jiménez, Jaro Onsurbe, Mariana Cordero.
AFORO: completo
DURACIÓN: 2:45 aproximadamente. Descanso de quince minutos.
LUGAR: Teatro Calderón, Valladolid, 16 de enero de 2011, 19:30
Es importante que el director tome decisiones y sea valiente. Mario Gas lo es. Y muy inteligente. Y con buen gusto. Y criterio teatral. Sabe que Un tranvía llamado deseo es pura seda; que una de “sus” actrices, Vicky Peña, podría interpretar sin ningún problema a Blanche y ha encontrado físicamente un Stanley con un indudable trabajo previo de calidad, Roberto Álamo. Luego, Mario Gas es lo suficientemente listo para saber que debe olvidarse de esa película de Elia Kazan (1951), que seguro ha admirado varias veces, y así partir, como solo un director con sentido común –no muchos– lo haría: del texto, de su protagonista, de Blanche. Ella, sus delirios, sus fantasías, su fragilidad emocional, su delicadeza chocan contra el muro pragmático, rudo, proletario y cuadriculado de Stanley, que tiene como consecuencia que Blanche termine por romper el hilo de conexión con la realidad y pierda la lucidez mental. A Tennessee Wiliams le interesa el obsoleto y diferente mundo de Blanche, no el de Stanley. Desde luego, todos recordaremos la interpretación de Marlon Brando en aquella película. Sin embargo, si se acude a la representación pensando en la película y en la camiseta de Marlon Brando es mejor no ir: en este viaje en tranvía no son necesarias estas alforjas.
Quien se ha venido con peso de más es Roberto Álamo. Y no estoy hablando del físico. Fascinante y emocionante interpretación (hasta la lágrima) como Urtain, en Urtain; como Stanley le faltaba, bajo mi punto de vista, ser el muro firme y duro con el que se choca Blanche. Durante varios momentos, tuve la seguridad de estar viendo a Urtain y no a Stanley. Esto se puede explicar, que no justificar, si se sabe que se ha entregado en cuerpo y alma a Urtain durante dos años y pico, que no ha habido personaje teatral de obligada transición y desconexión y que entre Urtain y Stanley hay puntos comunes físicos y de personalidad (rudeza, personalidad violenta…), aunque también de diferencia: la fragilidad emocional del primero, frente a la falta de empatía del otro y su carácter categórico. Solo en determinados momentos se le vio como un verdadero Stanley y, desde luego, la escena de la agresión a Stella es una de ellas.
Ariadna Gil y Alex Casanovas tuvieron el papel de dar la réplica sin reclamar protagonismo en dos secundarios, Stella y Mitch, difíciles pues si están mal interpretados la obra desmejora y, sin embargo, si están bien no se nota demasiado. Me gustó bastante Ariadna Gil como Stella, me encantó su comienzo, sin embargo, su parte dramática del final me resultó forzada (por cierto, ¿por qué salen durante toda la obra por la “puerta”, situada en el lateral y en el final por el centro? ¿Es también una puerta o era una ventana?). La maravillosa voz de Alex Casanovas podría llenar una interpretación, pero él no se quedó ahí e impulsó la obra en cada una de sus escenas, entre las que destacan las que tenía con Vicky Peña, cuya conexión en escena es muy de agradecer.
Esta es una actriz deliciosa. Me refiero a Vicky Peña y su magnífica y redonda interpretación de Blanche: es exquisita, muy, muy creíble. Su trabajo es impecable de principio a fin. La transición a la locura es sutil y medidísimamente gradual, ejemplificada en su magnífica modulación de voz. Encarna a la perfección la altivez, la finura, la fragilidad de una señorita de sociedad con un pasado turbio que desea mantener oculto. Es seda de la buena, como el texto.
No me sorprendió que la escenografía un tanto asfixiante, la cuidada música y las videoescenas no restaran ni protagonismo ni fuerza a la escena sino que ayudaran a crear ambientes y reforzaran información. Me gustaron especialmente las videoescenas, quizá por haber asistido a tantos espectáculos en los que se abusaba de las proyecciones cuando, en este caso, están tan bien introducidas, sobre todo, la de la violación. Y todo esto se debe a que la obra está dirigida por una persona cabal, Mario Gas, quien busca la coherencia y el espectáculo armónico, redondo; quien conoce los textos en profundidad y parte de un análisis textual siempre inteligente para así enviar un mensaje siempre desde la cabeza y el corazón; quien dirige con mano suave, pero firme.
Quien se ha venido con peso de más es Roberto Álamo. Y no estoy hablando del físico. Fascinante y emocionante interpretación (hasta la lágrima) como Urtain, en Urtain; como Stanley le faltaba, bajo mi punto de vista, ser el muro firme y duro con el que se choca Blanche. Durante varios momentos, tuve la seguridad de estar viendo a Urtain y no a Stanley. Esto se puede explicar, que no justificar, si se sabe que se ha entregado en cuerpo y alma a Urtain durante dos años y pico, que no ha habido personaje teatral de obligada transición y desconexión y que entre Urtain y Stanley hay puntos comunes físicos y de personalidad (rudeza, personalidad violenta…), aunque también de diferencia: la fragilidad emocional del primero, frente a la falta de empatía del otro y su carácter categórico. Solo en determinados momentos se le vio como un verdadero Stanley y, desde luego, la escena de la agresión a Stella es una de ellas.
Ariadna Gil y Alex Casanovas tuvieron el papel de dar la réplica sin reclamar protagonismo en dos secundarios, Stella y Mitch, difíciles pues si están mal interpretados la obra desmejora y, sin embargo, si están bien no se nota demasiado. Me gustó bastante Ariadna Gil como Stella, me encantó su comienzo, sin embargo, su parte dramática del final me resultó forzada (por cierto, ¿por qué salen durante toda la obra por la “puerta”, situada en el lateral y en el final por el centro? ¿Es también una puerta o era una ventana?). La maravillosa voz de Alex Casanovas podría llenar una interpretación, pero él no se quedó ahí e impulsó la obra en cada una de sus escenas, entre las que destacan las que tenía con Vicky Peña, cuya conexión en escena es muy de agradecer.
Esta es una actriz deliciosa. Me refiero a Vicky Peña y su magnífica y redonda interpretación de Blanche: es exquisita, muy, muy creíble. Su trabajo es impecable de principio a fin. La transición a la locura es sutil y medidísimamente gradual, ejemplificada en su magnífica modulación de voz. Encarna a la perfección la altivez, la finura, la fragilidad de una señorita de sociedad con un pasado turbio que desea mantener oculto. Es seda de la buena, como el texto.
No me sorprendió que la escenografía un tanto asfixiante, la cuidada música y las videoescenas no restaran ni protagonismo ni fuerza a la escena sino que ayudaran a crear ambientes y reforzaran información. Me gustaron especialmente las videoescenas, quizá por haber asistido a tantos espectáculos en los que se abusaba de las proyecciones cuando, en este caso, están tan bien introducidas, sobre todo, la de la violación. Y todo esto se debe a que la obra está dirigida por una persona cabal, Mario Gas, quien busca la coherencia y el espectáculo armónico, redondo; quien conoce los textos en profundidad y parte de un análisis textual siempre inteligente para así enviar un mensaje siempre desde la cabeza y el corazón; quien dirige con mano suave, pero firme.