27/2/10

UN DIOS SALVAJE


EXPERIMENTAR


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UN DIOS SALVAJE
AUTOR: Yasmina Reza
VERSIÓN: Jordi Galcerán
DIRECCIÓN: Tamzin Townsend
PRODUCCIÓN: Marisa Pino, Carlos J. Larrañaga
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Ayanta Barilli
VESTUARIO: José Juan Rodríguez, Paco Casado
DISEÑO DE ILUMINACIÓN: José Manuel Guerra
DISEÑO DE ESCENOGRAFÍA: Ana Garay
ESPACIO SONORO: Isabel Montero
INTÉRPRETES: Aitana Sánchez-Gijón, Maribel Verdú, Pere Ponce, Antonio Molero.
AFORO: Completo.
DURACIÓN: 1 h 30 min.
LUGAR: Teatro Liceo, Salamanca. 20 de febrero de 2010, 22:30

Experimentar. Eso es lo que debí pensar cuando decidí ir a ver Un dios salvaje de la afamada Yasmina Reza, con dirección de la eficiente Tamzin Townsend, escenografía de la talentosa Ana Garay e interpretaciones de las cinematográficas Aitana Sánchez-Gijón y Maribel Verdú, y de los televisivos Pere Ponce y Antonio Molero. Experimentar. Sí. Pero con mi experiencia como receptora individual. De sobra sabía que la experiencia colectiva iba a ser más que satisfactoria con este público salmantino nuestro tan difícil en la mayoría de las ocasiones, tan entregado a la escena en esta.
Con la mezcla de todos estos ingredientes tenía que salir, a la fuerza, un espectáculo de comedia burguesa bien escrito, bien dirigido, bien “escenografiado” y bien interpretado; agradable, ameno y divertido para el espectador, con la mala leche latente. Salió y no hubo necesidad de forzarlo. Yasmina Reza nos habló de las relaciones humanas otra vez y de cómo nos machacamos entre nosotros; Tamzin Townsend interpretó la obra más que bien y supo comunicar a sus actores lo que tenían que hacer, le dio el ritmo y los trucos propios de la comedia; la escenógrafa diseñó un decorado moderno, de líneas curvas, que permitía el movimiento de la mitad para adelante; los cuatro intérpretes estaban estupendos en sus papeles, se escuchaban y daban la sensación de que trabajaban y se entendía a gusto, gustaron al público y no decepcionaron.
Entonces, ante tanta expectativa satisfecha ¿qué podía experimentar yo como espectadora individual con un espectáculo que sabía, de antemano, lo que iba a ser y de lo que iba a hablar en esta crítica?, ¿qué riesgo podía asumir ante la seguridad escénica que se me ofrecía? Pues experimentar con la inversión de hábitos teatrales. Sí. La regresión a la doble sesión y la demanda del espectador salmantino que compró como loco las entradas del mes de febrero hicieron que no encontrara más entrada decente que para la segunda sesión del sábado, a las 22:30 (¡el mismo día que se pusieron a la venta!). Así que invertí el orden de factores que, como sabemos, no tiene por qué alterar el producto, y me fui de pinchos y sangrías. Llegué al teatro como en una nebulosa y, en vez de entregarme a la risa comunal –como esperaba– que supliera la pérdida de energía escénica, inevitable en segunda sesión, me quedé un poco al margen, sin participar de la experiencia colectiva festiva, lo que supuso que no echara la primera carcajada hasta pasados los veinte o treinta minutos. Quién lo iba a decir.

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