28/2/10

EL CONDENADO POR DESCONFIADO


OFICIO, CNTC, INTERFERENCIAS



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EL CONDENADO POR DESCONFIADO
AUTOR: Tirso de Molina
COMPAÑÍA: Compañía Nacional de Teatro Clásico
VERSIÓN: Yolanda Pallín
DIRECCIÓN: Carlos Aladro
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Pilar Valenciano
ASESOR DE VERSO: Vicente Fuentes
VESTUARIO: Montse Amenós
ILUMINACIÓN: Pedro Yagüe
ESCENOGRAFÍA: Elisa Sanz
MÚSICA Y ESPACIO SONORO: Juan Manuel Artero
INTÉRPRETES: Jaime Soler, Arturo Querejeta, Francisco Rojas, Mon Ceballos, Iñigo Rodríguez Claro, Eva Trancón, Muriel Sánchez, Daniel Albadalejo, Ángel Ramón Jiménez, Jesús Hierónides, Jesús Calvo, Francisco Vila, Juan Meseguer, José Vicente Ramos, Rebeca Hernando, Sara Águeda
AFORO: Completo.
DURACIÓN: 1 h 30 min.
LUGAR: Teatro Pavón, Madrid. 24 de febrero de 2010, 20:00

Me gusta que haya una compañía profesional que dependa del Estado, que se ocupe de limpiar, fijar y dar esplendor a nuestras piezas clásicas y, al mismo tiempo, que no se olvide de piezas menores o menos conocidas, que busque un estilo de hacer clásico desde la contemporaneidad. Me gusta y me parece necesario. Por eso, admiro y aplaudo el valor de Adolfo Marsillach, quien creó y luchó por este proyecto hace casi veinticinco años, aunque se tuvo que esperar que llegara a la dirección Eduardo Vasco en 2004 para que algunos de las ideas de Marsillach se llevaran a cabo. Me refiero a la creación y asentamiento de un elenco estable y a la puesta en marcha de una cantera de actores (La Joven CNTC).
De lo bueno del elenco es que se crea un grupo de actores fijo que se conocen, dominan el clásico y eso es experiencia, oficio. Lo bueno del oficio es que puedes tirar de él cuando lo demás te hunde la nave.
El condenado por desconfiado es una obra clásica, es un drama teológico y es de Tirso de Molina. ¡Pum!. El riesgo es casi tan grande como la distancia que nos separa de esta obra oscura. Hay que adaptar códigos, hacerla comprensible al espectador del siglo XXI, cada vez menos formado espiritualmente, para que este no se aburra, para que no desconecte. Si el trabajo de hacer comprensible el texto –labor de la adaptación, dirección escénica, asesoría de verso…– no se realiza, probablemente al espectador no le importe despotricar a la salida, en el bar de al lado del teatro, a tan solo un metro de esos mismos actores que han tirado de oficio y que ahora ponen la oreja.
Arturo Querejeta, Daniel Albadalejo (señores, tenemos uno preparado para interpretar tenorios y burladores) fueron algunos de esos actores que han salido libres de la quema. Tienen oficio y se nota. Jaime Soler es un ejemplo de cómo se puede desperdiciar una voz espléndida, con una potencia de voz increíble: no sabía modularla sin desentonar o no le permitieron modularla. Los intérpretes, como grupo, chirriaban. El mensaje que pretendían enviar al patio de butacas no llegaba, no me llegó. Había interferencias, ruidos: quizá porque no le daban el sentido necesario al verso o quizá por el pretendido acercamiento temporal de la pieza a la actualidad, a la que se contextualizó con vestuario de la época de la duquesa de Alba y Goya (¿por qué vistieron de esa manera a Juan Meseguer al final del espectáculo?)
Sin embargo, sí me pareció un acierto la creación de ambiente barroco gracias a su estética ,a , la escenografía y la iluminación (sobra decir que la idea de utilizar una tela para simular el mar me sigue pareciendo hermosa) aunque no salvaban tampoco el espectáculo.
La pretensión de Adolfo Marsillach de hace casi veinticinco años de preferir que Domingo Ynduráin se escandalizase a que bostezara un estudiante parece que se ha cumplido solo en parte: algunos estudiantes de secundaria no pararon y no estoy segura de que Domingo Ynduráin no se hubiese escandalizado.

27/2/10

UN DIOS SALVAJE


EXPERIMENTAR


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UN DIOS SALVAJE
AUTOR: Yasmina Reza
VERSIÓN: Jordi Galcerán
DIRECCIÓN: Tamzin Townsend
PRODUCCIÓN: Marisa Pino, Carlos J. Larrañaga
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Ayanta Barilli
VESTUARIO: José Juan Rodríguez, Paco Casado
DISEÑO DE ILUMINACIÓN: José Manuel Guerra
DISEÑO DE ESCENOGRAFÍA: Ana Garay
ESPACIO SONORO: Isabel Montero
INTÉRPRETES: Aitana Sánchez-Gijón, Maribel Verdú, Pere Ponce, Antonio Molero.
AFORO: Completo.
DURACIÓN: 1 h 30 min.
LUGAR: Teatro Liceo, Salamanca. 20 de febrero de 2010, 22:30

Experimentar. Eso es lo que debí pensar cuando decidí ir a ver Un dios salvaje de la afamada Yasmina Reza, con dirección de la eficiente Tamzin Townsend, escenografía de la talentosa Ana Garay e interpretaciones de las cinematográficas Aitana Sánchez-Gijón y Maribel Verdú, y de los televisivos Pere Ponce y Antonio Molero. Experimentar. Sí. Pero con mi experiencia como receptora individual. De sobra sabía que la experiencia colectiva iba a ser más que satisfactoria con este público salmantino nuestro tan difícil en la mayoría de las ocasiones, tan entregado a la escena en esta.
Con la mezcla de todos estos ingredientes tenía que salir, a la fuerza, un espectáculo de comedia burguesa bien escrito, bien dirigido, bien “escenografiado” y bien interpretado; agradable, ameno y divertido para el espectador, con la mala leche latente. Salió y no hubo necesidad de forzarlo. Yasmina Reza nos habló de las relaciones humanas otra vez y de cómo nos machacamos entre nosotros; Tamzin Townsend interpretó la obra más que bien y supo comunicar a sus actores lo que tenían que hacer, le dio el ritmo y los trucos propios de la comedia; la escenógrafa diseñó un decorado moderno, de líneas curvas, que permitía el movimiento de la mitad para adelante; los cuatro intérpretes estaban estupendos en sus papeles, se escuchaban y daban la sensación de que trabajaban y se entendía a gusto, gustaron al público y no decepcionaron.
Entonces, ante tanta expectativa satisfecha ¿qué podía experimentar yo como espectadora individual con un espectáculo que sabía, de antemano, lo que iba a ser y de lo que iba a hablar en esta crítica?, ¿qué riesgo podía asumir ante la seguridad escénica que se me ofrecía? Pues experimentar con la inversión de hábitos teatrales. Sí. La regresión a la doble sesión y la demanda del espectador salmantino que compró como loco las entradas del mes de febrero hicieron que no encontrara más entrada decente que para la segunda sesión del sábado, a las 22:30 (¡el mismo día que se pusieron a la venta!). Así que invertí el orden de factores que, como sabemos, no tiene por qué alterar el producto, y me fui de pinchos y sangrías. Llegué al teatro como en una nebulosa y, en vez de entregarme a la risa comunal –como esperaba– que supliera la pérdida de energía escénica, inevitable en segunda sesión, me quedé un poco al margen, sin participar de la experiencia colectiva festiva, lo que supuso que no echara la primera carcajada hasta pasados los veinte o treinta minutos. Quién lo iba a decir.