De entre la suavidad y apacibilidad de un atardecer del final de agosto, despierta la Feria de Teatro de Castilla y León para llenar Ciudad Rodrigo de colores, algarabía y juventud. Es el bullicio propio de cuando algo grande y bello va a suceder.
En Montarco comienzan los encuentros. De eso van las ferias: de intercambios de cromos, de conocer y que te conozcan, de comentar qué te parece esto, de charlar con desconocidos, de convencer a fulanito para que te programe o te distribuya tal espectáculo. Crear y consolidar redes; crear movimiento en el mercado teatral. Viva la agitación.
De los premios Rosa Mª Cano me quedó resonando la frase “la educación abre las puertas del conocimiento y la libertad”; pero también el proyecto de la A.C. Lazarillo de Tormes con un espectáculo que gira por iglesias porque así se aseguran de poder llegar a todas las localidades. Siempre me gustaron las soluciones creativas.
Es de bien nacido el ser agradecido. Y le toca el turno a un político –oh, sorpresa- que promueve y lo más importante: deja promover el arte. Desconozco si hubo apoyo cuando la Feria nació pero, permitidme que me emocione que un político apoye, acoja y defienda cultura y teatro. Por insólito.
Después de abrazos, reencuentros y de dar un repaso a la temporada teatral en el Vermú, subimos al Café Tertulia a la presentación de proyectos escénicos vinculados con la comunidad. Convengamos que la hora no es la mejor para un animalico de la siesta como yo, pero merece la pena quedarse a ver las micropresentaciones de Lucía Miranda y Fer Sánchez Cabezudo sobre su Nora1959 o el de Valladolid es arte con Última Transmisión, estrenado en el Frinje de este año.
Comienza lo bueno. Se viene triplete con Triunfo de amor, por Nao D’Amores y una doble ración de Macbeth, en formato danza por la tarde y en versión inadaptada, a hora golfa. Todo es emoción por entrar al teatro pero las butacas no están numeradas y hay colas. Nunca entendí eso de no numerar: la gente se estresa y no llegas a coger buen asiento si vienes de otra función. Como buena obsesiva de la primera fila que soy, me veo obligada a utilizar ciertas “técnicas” de #tuiteatrera y termino sentada en el escenario, a sentir bien de cerca a Nao D’Amores.
No exagero si afirmo que la función Triunfo de amor es una máquina de precisión. Y le echo la culpa a la dirección de Ana Zamora, que es quien la orquesta. Ya lo fue su anterior montaje: Penal de Ocaña, un reloj de cuco sinfónico entre música, iluminación y la interpretación de Eva Rufo. Triunfo de amor no lo es menos: sus actores logran comunicar per-fec-ta-men-te los amores y desamores de los pastorcicos de Juan del Enzina con la fonética antigua y un ritmo incontestable. Para mí, como ya ocurría con Farsas y églogas, uno de sus mayores logros es hacer reír a público del siglo XXI con textos del siglo XVI. Esta ruptura de barreras es quizá el mayor tesoro de la compañía. Viva y bravo.
Pasamos del Teatro Fernando Arrabal al Espacio Afecir, un polideportivo acondicionado para teatro y danza. La feria clama –o más bien clama la que firma- por un espacio escénico cerrado multifuncional donde poder representar a dos, tres y cuatro bandas. Guste o no, el espacio condiciona el tipo de programación, y una sala de esta naturaleza posibilitaría una apertura a otro tipo de espectáculos.
Y ese es el escenario para el Macbeth en versión del Ballet Contemporáneo de Burgos. Lo más reseñable –lo siento- es que un técnico permitió que cargara el móvil para que pudiera seguir tuiteando y cumpliendo mi labor como prensa. Ya lo dije: trato exquisito humano.
Los griegos clásicos tenían un montón de términos geniales. Mi hamartia –o error fatal- de 2015 fue haberme perdido La ola flotante en el río; el de 2104 fue no ir al Edipo de la compañía portuguesa Do Chapitô. Al parecer era una genialidad de teatro de gesto inadaptando la tragedia griega.
Afortunadamente de los errores se aprende y en esta edición no pensaba perderme el Macbeth con falda escocesa, acento portugués, máquina de humo, cuchillos de cocina y micros. A veces se es más fiel a una obra traicionándola. Este Macbeth es pura imaginación, hilaridad e ironía sobre la tragedia de Shakespeare. Chapó a los Chapitô.
Y ¿qué haces en la Feria de Ciudad Rodrigo después de salir con el subidón de la última representación del día? Pues te vas al Excalibur a comentar, soñar programaciones, negociar y a que ¡te toque el jamón! Porque eso es también feria, amigos.