LAS LUCECITAS ROJAS DE LA COHERENCIA
DIRECTOR: Luis Luque
DRAMATURGIA: Paco Bezerra
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Pablo Ramos
ILUMINACIÓN: David Hortelano
COMPOSICIÓN MUSICAL: Luis Miguel Cobo
VESTUARIO: Paco Delgado
ESPACIO ESCÉNICO: Mónica Borromello
PRODUCCIÓN: Andrea D’Odorico www.teatro-andreadodorico.com
REPARTO: María Adánez y Cristina Marcos
MÚSICOS: Rosa Miranda (soprano) y Sofía Alegre (viola de gamba).
AFORO: completo
DURACIÓN: 1 h 30 minutos
LUGAR: Teatro Liceo, Salamanca, 11 de febrero de 2012, 21:00 h.
Resulta que La escuela de la desobediencia tiene un planteamiento más que interesante: una joven viuda y experimentada Susanne (Cristina Marcos) alecciona a su ingenua e inexperta prima pequeña Fanchon (María Adánez) sobre la sexualidad femenina. Ofrece diversas y liberadoras reflexiones sobre el placer de la mujer y, sin cortarse un pelo –nunca mejor dicho– describe gráficamente un encuentro sexual, las posiciones que se pueden adoptar o los tipos de pene; también le descubre cómo aliviar –manualmente o con determinadas herramientas– la ausencia masculina o le confiesa trucos para evitar la concepción. Y todo esto ambientado en torno a los siglos XVI-XVII, que es de donde proceden los textos de Raggionamenti y L’École des filles (el primero es de autor anónimo; el segundo es de Michel Millot) dramatizados por Paco Bezerra.
Por temática –la educación sentimental libertina de una mujer– y por naturaleza literaria –ausencia de riguroso conflicto teatral, textos de los siglos XVI-XVII– el riesgo que asumen dirección y dramaturgia es patente y, por cierto, me encanta. La estrategia dialéctica de adoctrinamiento ajeno a la moral social se me asemeja a la usada en la posterior Justine de Sade, sin su perversidad, claro está; y el reclamo de una libertad en el terreno sexual la relaciono, ya puesta, con la Madonna del álbum Erotica o con el tema Human Nature[1]. Llegado a este punto, nombrar Las amistades peligrosas parece inevitable.
Me gusta la dramaturgia. Los diálogos están muy bien construidos e hilvanados, lo cual facilita mucho la posterior puesta en escena. Solo una pequeña pega: el final. Ya me ha pasado con series y películas que están en la misma línea de ruptura y liberación femenina (tipo Sexo en Nueva York y Qué les pasa a los hombres) en las que el cuerpo me pide que en el final sean tan irreverentes y audaces como lo han sido en su propuesta y desarrollo. En este caso, me chirría que aparezca el tema del amor justo al final cuando los dos personajes no le han dedicado ni una sola frase hasta ese momento. Ahí lo dejo.
Tanto la escenografía, el espacio escénico como la estética cromática logran producir una atmósfera adecuada para la puesta en escena, que se adereza por la presencia constante en escena de una violagambista y una soprano que intervienen en varios momentos de la función. Aunque desde luego que a mí no me hubiera sobrado más presencia musical.
En la línea de coherencia que reclamaba antes está la puesta en escena del monólogo de Fanchon, pero justo lo contrario. Es un momento fundamental pues simboliza la transformación de la mentalidad de Fanchon a través de las experiencias sexuales: de la ingenuidad más absoluta a poner en duda algunas enseñanzas de su prima. Se inicia la transición con la interacción con la soprano, quien la ayuda a deshacerse de la ropa mientras el personaje rememora su primer encuentro sexual que vive y describe ya desde una bañera de llena de agua. Sin duda, lo mejor del espectáculo.
Parece difícil que anteriores trabajos no modelen la visión que una tiene de los artistas. De esta manera, confirmo que Cristina Marcos me parece una actriz de indudable talento que funciona bien para textos contemporáneos (El método Gronhölm), bien para clásicos. Su energía, su presencia, su voz, su dominio del tempo humorístico en escena son varias de sus virtudes como actriz. Destaco ahora para el futuro espectador la delicia de contemplar sus movimientos de manos y con el traje de época. Y eso a pesar de que parecía no tener su día –no fui la única que sospechó de algún despiste con el texto–, Cristina Marcos cumplió estupendamente con su papel de “maestra en artes”.
En la salida escuché comentarios muy positivos sobre la interpretación de María Adánez. Sin embargo, reconozco gestos y reacciones incoherentes en la construcción y evolución de su personaje y, desde luego, una discordancia importante entre el tono del personaje de Fanchon y el de Susanne. Las lucecitas rojas del “aquí algo que no” destellaron casi todo el tiempo. Más burlesco, ¿intencionalmente forzado? de la primera, que para nada era complementario con el de su compañera. Desconozco si ese tono burlesco era propuesta suya o de dirección, pero confieso que hubiera preferido una opción interpretativa más armónica entre ambas y coherente con la obra: o una cosa o la otra.
Eso sí, las águedas que tenían delante carcajearon, se escandalizaron ante tal desvergonzada verborrea y la festejaron. Salieron encantadas y un tanto alteradas. Mientras que yo, que sobre el papel aquello me tenía que haber convulsionado irracionalmente, me dejó un tanto fría y racionalizando la función.
[1] El respetable sabrá perdonarme esta referencia pop y un tanto kitsch pero todavía estoy impactada por la actuación de la susodicha en la Super Bowl ’12. Y las asociaciones son, a veces, extrañas y sorprendentes.