19/3/12

EL NACIONAL






DIRECCIÓN, AUTORÍA y ESPACIO ESCÉNICO: Albert Boadella
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Dolors Tuneu
DECORACIÓN: Juan Sanz y M. Ángel Coso
VESTUARIO: Deborah Chambers
DISEÑO DE ILUMINACIÓN: Bernat Jansà
COLABORACIÓN MUSICAL: JORCAM y Sergi Boadella.
REPARTO: Ramón Fontserè, Begoña Alberdi (soprano), Jesús Agelet (violín), Enrique Sánchez-Ramos (barítono), Pilar Sáenz, Minnie Marx (viola), Dolors Tuneu (violoncello), Lluís Olivé.
PRODUCCIÓN: Els Joglars
AFORO: completo
DURACIÓN: 2 horas
LUGAR: Teatro Liceo, Salamanca, 10 de marzo de 2012, 21:00 h.
A mí con Els Joglars me pasa un poco como con Joaquín Sabina. Me llegan rumores de que esta será su última gira y como me encantan, pues pago mi entrada para ver, una vez más, sus grit-hits encima de un escenario. Y sigo disfrutando porque estoy enamorada de su labor artística como casi el primer día. Aunque los ojillos que les ponga ya no sean los mismos de antes.
La rumorología pululaba en el ambiente con la publicación del libro Adiós, Cataluña de Albert Boadella y se volvió más fuerte con la aceptación de este de la dirección de los Teatros del Canal –allá por 2009– y el autohomenaje de 2036: Omena-G. Todo indicaba que tras cincuenta años, había llegado el momento de jubilarse. Gracias a los dioses del Olimpo que no ha sido así porque –ya lo he afirmado en otras ocasiones– sus montajes son una (puta) máquina escénica PER-FEC-TA-MEN-TE engrasada con una calidad estética e interpretativa como para que la boca se te caiga al suelo, como los dibujos animados.
No me atrevo a aventurar si la reposición de El Nacional responde a esa otra vida de gestor cultural que su director Boadella lleva. Según leí las palabras previas del mismo en el programa de mano, al parecer, es porque en estos tiempos se dan unas circunstancias similares a las de 1993, a saber: “inflación artística” por “despilfarro y opulencia” en los montajes, divismo actoral, “complejidad burocrática y laboral”, crisis económica que obligará a agudizar el ingenio. Por eso el director de los Teatros del Canal repone El Nacional. La crítica al sistema burocrático y tal en pos de la búsqueda de la esencia teatral me parece fetén pero no deja de llamarme la atención que la firme un gestor, un bicho de esa misma burocracia, un mediador del arte. Y, honestamente, tengo mis dudas respecto a que Els Joglars no se beneficie como todo el zurriburri teatral de algún tipo de subvención y apoyo, tanto estatal como autonómico.
Cuestiones extra-teatrales aparte, el espectáculo es fabuloso. La acción se desarrolla en un teatro que está a punto de desaparecer, como en El cerco de Leningrado de Sanchis Sinisterra. Como en este también hay una crisis de valores –me pregunto si la crisis de valores no tendrá algo que ver con la desaparición de teatros- durante la cual un tipo excéntrico y utópico, Don José, se empeña en montar una ópera con actores puros, esto es, no contaminados con los vicios de un gremio acomodado, envidioso y divinizado. La estructura de “espectáculo que se va haciendo como quien no quiere la cosa” es muy parecida a la que se utilizaba en En un lugar de Manhattan. De hecho, aquel Don Alonso tiene mucho de espíritu y de composición de personaje de este Don José, ambos interpretados por el genialísimo actor Ramón Fontseré.
Una vez más, Pilar Sáenz destaca por su interpretación. Parece que es una de esas que hace mejor a su partenaire escénico pues este también suele sobresalir. En esta ocasión es Xavi Sais: cómo ha crecido y qué posibilidades tiene como actor. La otra gratísima sorpresa ha sido la divertidísima y descarada interpretación de la soprano Begoña Alberdi. Muy bien aprovechada su arrolladora voz y sus posibilidades cómicas en esa especie de personaje esquizoide. Espero verla en más montajes. Desde luego que los momentos más excelsos se deben a sus intervenciones operísticas (con viola, violín y violoncello) y a algunos parlamentos de Fontseré, todos ellos ubicados en los dos últimos tercios de la función, pues el primero andaba renqueante de ritmo y costó un pelín entrar en harina.
Varios son los puntazos de Don José: “todos los excesos conducen a Wagner”, “jodidos sentimentales que no podemos soportar el fin del mundo civilizado” o “en el arte lo que se pueda decir con un silencio que no se diga con un rebuzno”. A propósito de esta frase, yo hubiera preferido la eliminación o condensación de alguna escena que redundaba en lo ya dicho e interpretado. Varios son también los detalles muy teatrales que me gustaron especialmente: la interpretación de las notas musicales a través del lenguaje corporal de los actores, el cubo que derramaba sangre, los juegos de sombras, la escenografía (reconozco que sufrí con esas velas…). Una escena típica de Els Joglars fue la del periodista, criticado por falta de documentación, por hacer preguntas interminables e incomprensibles: obviamente, el periodista muere en escena. Don José aprovecha para asegurar que la muerte en escena es más plausible que en la vida real[1]. Y que, de hecho, la escena es mucho más real que la propia vida. Qué razón tiene.



[1] Por desgracia, Els Joglars sabe que la muerte fingida en escena es mucho más real que la muerte no fingida en escena (vid. Memorias de un bufón de Albert Boadella).