18/10/10

19:30








19:30
AUTOR: Patxi Amezcua
DIRECCIÓN: Adolfo Fernández y Ramón Ibarra
ESCENOGRAFÍA: Jose Ibarrola
VESTUARIO: Iban López
ILUMINACIÓN: Miguel Ángel Camacho
MÚSICA Y ESPACIO SONORO: Mariano Marín
DISTRIBUCIÓN: Emilia Yagüe Producciones
COPRODUCCIÓN: K. Producciones y Teatro Arriaga
INTÉRPRETES: Antonio Molero, Fernando Cayo, Nerea Garmendia, Sonia Almarcha, Óscar Sánchez Zafra, Rafael Martín, Ángel Solo, Ramón Ibarra, Adolfo Fernández.
AFORO: Tres cuartos.
DURACIÓN: 1 h 30 min?
LUGAR: Teatro Liceo, Salamanca. 9 de octubre de 2010, 21:00



EN HORA

Pues a mí me gustó. Bastante en casi todos los niveles y me gustó, sin adverbio, en los restantes. No es el mejor texto del mundo, pero está bien armado y, aunque resuelve algunas cosas a la americana, me parece más que aceptable y, sobre todo, teatral. Ese americanismo era uno de los aspectos que echaba para atrás a mi vecino de butaca, quien me animó a ver El lado oeste de la Casa Blanca porque él encontraba allí lo que sucedía en escena. Desde luego, la escena final, aunque en cuanto a su solución escenográfica con el cambio de decorado era más que impecable, olía a toque americano por los cuatro costados y me resultó una idea más que peregrina para lo que sucede por meseta castellana.
Me recordó, con todas las distancias interpretativas, así, como de lejos, a Noviembre por el tratamiento del abuso del poder y los chanchullos de sus actantes. Y un maniqueísmo –y dudo de si no era necesario- con la intervención más que previsible de uno de sus personajes. Me explico: no me pareció tan tan mal – es más, el contrapunto me parece más que teatral por ser un conflicto- que en la obra, llegado un momento concreto, un personaje abandonara el barco por cuestiones morales y que diera su punto de vista. Supongo que como espectadora, esperaba que en ese gabinete hubiera al menos una persona limpia de politiquismo barato e intereses creados, como se espera en la vida real.
Desde luego, lo que me parece más acertado de la obra es su puesta en escena, su resolución escenográfica y la dirección de unos actores, algunos de ellos, fantásticos. Creo que los honores en este caso corresponden a la finura de la siempre difícil co-dirección de Adolfo Fernández y Ramón Ibarra, ambos actores del montaje, el primero sin estar en el reparto original como Antonio Molero, aunque en ninguno de los dos casos se notaba un vacío.
Pero lo mejor de lo mejor era contemplar cómo Adolfo Fernández y Fernando Cayo demostraban su calidad, mano a mano, en un par de escenas que levantaban la obra y cómo se lo pasaban. Qué buenos son. Qué grande es Cayo, leñe, que lo interpreta todo como debe interpretarse y grita cuando tiene que gritar.